La joya de Islandia: “Of Horses and Men”

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Si algo ha hecho al cine lo que es hoy son las grandes mentes que ven la pantalla como algo más. Sus mentes no están contaminadas de los paradigmas de la sociedad e inclusive los utilizan para su diversión. Nos retan a salir de nuestro entendimiento y conectar el cine con la vida. En este caso, de los rincones de un frío y lejano país, surge una voz que cuenta una historia que como su título implica, refleja la influencia de estos animales de significado divino en la cultura nórdica. Esa voz le pertenece a Benedikt Erlingsson.

Convertido actor para la televisión en su país, Erlingsson utiliza su brinco cinematográfico a la dirección y guionismo para enmarcar su tierra en la relación de las dos majestuosas criaturas que lo reinan. Tal fue su éxito que permaneció varias semanas en los cines de su país y fue un ganador del circuito de festivales de 2013. Inclusive fue la película elegida para representar al Islandia en los premios de la Academia del año pasado. ¿Qué hizo a la gente encontrar algo de valor en esta pieza de un novato que dura apenas 70 minutos?

Of Horses and Men

El escenario rural en que se lleva a cabo la historia se siente aislado del mundo, al igual que lo estaría su escritor de cualquier otra tendencia en el cine. La fábula sucede en un pequeño ejido en donde la crianza de caballos es el orgullo de los pocos habitantes. Las distintas familias utilizan a estos animales para fines muy distintos y son una parte tan importante de su vida que son indisectables.

El título original, “Hross í Oss” nos revela que hay poca diferencia entre la escritura de caballo y hombre en islandés, que es una muy buena pista de hacia dónde nos quiere llevar Erlingsson. Ambas especies son más parecidas de lo que aparentany coexisten en un mismo recoveco del planeta.

Los caballos son los protagonistas silenciosos. Los acercamientos de la cámara delinean su pelaje, cresta, pezuñas e inclusive sus aparatos reproductores. Pero especialmente en sus ojos es que los hombres se ven reflejados y es a través de ellos que conocemos cada historia que giran alrededor de tres grandes temas: el amor, el sexo y la libertad.

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Tres aspectos de la vida que no respetan especies. La primer historia y la más importante la protagoniza Kolbeinn (Ingvar E. Sigurdsson), un hombre viejo y refinado que se enorgullece de su yegua blanca. La saca a pasear para presumirla a su vecina Solveig (Charlotte Boving), de quien está enamorado. El vecindario entero los observa con sus binoculares justo para presenciar el momento en que la yegua de Kolbeinn pierde su pureza por el potrillo de Solveig. Sin poder hacer más por su querida yegua, la sacrifica.

Los momentos se combinan en agridulce, con escenas de contenido cómico seguidas de un golpe de drama que en muchas ocasiones tensionan. En un vaivén de emoción y preocupación las llanuras y valles del paisaje se convierten en un personaje que nos transporta a ese lugar que pocos conocemos y que finalmente tiene un rostro.

La tragedia parece seguir a quienes tienen en su poder a estos animales. Los conflictos entre vecinos se agravan en situaciones realmente inusitadas que conectan a los hombres y caballos en maneras entrañables. La relación de amor entre ambas especies se ve pervertida por el sexo pero al mismo tiempo, el instinto. Los opuestos se debaten para mostrarnos que no somos especies separadas sino que compartimos impulsos que los animales dejan correr pero los humanos frenan por temor a ser juzgados.

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La temática sigue circundando las historias subsecuentes. Un hombre que utiliza un caballo para nadar hasta un barco para conseguir vodka y termina intoxicandose; una disputa entre vecinos sobre si se debe o no cercar los caminos para evitar que pasen los caballos termina en muerte; una entrenadora novata emprende una búsqueda por rescatar a tres ejemplares que huyeron de la caballada; un viajero latinoamericano que busca impresionar a una mujer aprendiendo a montar y termina perdido en una nevada. Todas enlazadas entre ellas, utilizando los mismos personajes para demostrar que el hombre y el caballo son una misma entidad.

Una verdadera joya del cine contemporáneo que se atreve a no hablar de los temas tradicionales, que busca inquietar con una fotografía poderosa, llena de color y personalidad. Su ojo busca nuevas perspectivas que conforman su estilo narrativo único. Es placentera a la vista y retadora al entendimiento. Esa es su mejor bondad: nos invita a analizar la relación de codependencia entre especies, cómo ésta nos conforma una identidad en común y que tal vez no seamos las sociedades civilizadas que imaginamos, pues admiramos a los animales porque no refrenan sus emociones y su libertad para nosotros es de una belleza indescifrable.

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